lunes, 11 de julio de 2016

ESPÍRITU COLMADO

1 de Febrero de 2011


Parecía ayer cuando la vi pasear por aquel jardín, ese jardín que en primavera es un bullicio de alegría, de vida, de cantos, donde los pájaros tejen una armonía en la que perderse y dejarse llevar por los impulsos y los sentimientos, donde la razón no tiene ni voz ni voto, no existe, no importa.

Cuando empecé a fijarme en su sonrisa sabía que era diferente a las que había estado acostumbrado durante tanto tiempo, aquellos tiempos de bohemio en los que deambulaba sin rumbo en busca de sustento para mi alma, demasiado vacía como para ser contentada por placeres mundanos. En el momento en que su celestial reflejo se introdujo en mi retina, supe que la quería. Reunido el valor y el coraje, me acerqué sutilmente mientras ella contemplaba la arboleda que cubría el camino principal y entablé conversación. Al principio, temas efímeros y mundanos eran los tratados. Día tras día, charla tras charla, empezaba a abrir su interior, a concederme el privilegio de conocerla, empapándome poco a poco de su naturaleza.

Sé que el destino, o aquello que considero destino tenía otros planes, pero ese atardecer en la alberca de aquel jardín no dudé en confesar todos mis sentimientos, vaciar esa carga que oprimía mi pecho y no me dejaba respirar. Mi vida se había vuelto en torno a ella; a su mirada, a sus movimientos, al roce de sus labios, a su esencia.

Fueron grandes noches, grandes recuerdos, grandes deseos y propósitos para un futuro que nunca dejó de ser incierto, que crees que tienes controlado, mas solo los afortunados merecen tal proeza. El destino me despojó de su existencia de una forma tan fugaz como vino, y en mi memoria siempre permanecerá el último destello que vi en su mirada. Innecesarias fueron las palabras para expresar por última vez esos sentimientos que el maldito tiempo, por cuestiones que escapan al entendimiento humano, nos quiso arrebatar. Ha pasado mucho tiempo, pero su presencia, siempre tan viva, nunca me ha abandonado.



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